El mármol, César Aira


"Cuando me bajé los pantalones, incliné la cabeza y miré mis piernas, los genitales, , los muslos, un conjunto tridimensional, sólido, algo levantado por presión de la superficie sobre la cual estaba sentado."

El protagonista, un argentino que tuvo que pedir la jubilación anticipada y al que lo mantiene la mujer ("la imprevisión, la situación calamitosa de las cajas de retiro"), no se acuerda por qué se miraba, qué hacía sentado sobre ese mármol con forma de lápida ni por qué se sentía aliviado al comprobar que sus genitales seguían ahí... y empieza a reconstruir la historia.

"No debería haber sido tan difícil; en un país civilizado esas cosas no pasaban: si el monto de la compra hubiera sido, como puse por ejemplo hipótetico, de treinta y seis con cuarenta, el vuelto sobre los cuarenta pesos habría sido de tres con sesenta."

    La historia salta de hipótesis en hipótesis: el personaje no puede rescatar la historia con total seguridad ni tampoco había logrado entender todas sus conversaciones con los chinos.
    Todo se va poniendo cada vez más delirante, muy delirante: en vez de darle el vuelto, le hacen elegir entre varias baratijas hasta llegar a la cantidad exacta: unas pilas, un ojo de goma con un láser rojo, un anillo de plástico, una hebilla dorada, una cámara de juguete, una tabla de proteínas, una lupa... y, finalmente, los globulitos de mármol que sólo se encuentran en los súper chinos... y el personaje sin nombre que no para de caer en los lugares comunes del argentino de los noventa y sus nociones sobre la civilización.

"Habían empezado a difundirse teorías al respecto, pero eran, precisamente, teorías y nada más. Mitos urbanos. Cualquiera puede inventarle una función a un objeto imprevisto, con un poco de imaginación."

    Y pareciera que es sobre lo que se trata la novela: de inventar funcionar, generar hipótesis e historias.

"Una, más ingeniosa (quizás demasiado), proponía que su utilidad era la producción de efervecencia, pero en sólidos, no en líquidos, se disolvían en él y lo volvían efervecente. 
  Su cualidad última se asentaba, más en su insuperable extravagancia, en el hecho de que no era comprobable: ¿quién podía introducir un sólido en otro sólido?"

    Él no sabe que cada una le va a servir para cumplir los pasos de una misión que emprende junto al chinito adolescente que está siempre vigilando las cajas. Los dos personajes no se entienden, pero, gracias a las suposiciones del argentino, que se ven extraña y ridículamente confirmadas, terminan intercambiando un sapo de piedra que late por otro supermercado chino manejado por extraños seres, también chinos, perfectamente intercambiables por estos.

"Me puse automáticamente de parte del pobre contra el rico, sin pararme a pensar que yo, con mis medias de cashmere y mi sobretodo Packard, estaba más del lado del segundo que del primero. Y este nuevo Jonathan, completando su transformación clasista, no escupía ni fumaba"

   Ya se ve la intención paródica y llena de teorías conspirativas de la novelita de Aira: los chinos que, ante los ojos de un occidental que se cree muy liberal, son todos iguales; los orígenes míticos de las cosas que los cajeros convierten en moneda de cambio (los globulitos); el origen desconocido de los chinos que vienen a trabajar a la Argentina, los problemas de comunicación entre los argentinos que piensan que no hablar castellano es una salvajada y los chinos que se mantienen firmes en no aprender el castellano porque, según parece, están siempre de paso. Y cuando se van los chinos de un mercado vienen otros... indistinguibles de los primeros.

"Me alarmé por mí, por ese euroentrismo del que no me creía portador (...) Hasta por su fragilidad desaliñada, por su pobreza y su vulgaridad, yo había sentido simpatía, lo había sentido cercano a mí. Es decir que había logrado individualizarlo. ¡Y resultaba que seguía siendo para mí 'un chino' nada más, un chino más!"   

   Y la parte de la spoileada: 

    Sin que quede muy claro el por qué, el protagonista se lleva al chinito a la casa, quien le descubre un código secreto haciendo záping con el control remoto, gracias a las pilas. Gracias a este código, descubren la vida latente en la piedra del sapo de jardín, que puede prender a apagar la luz del ojo de goma cuando se lo insertan en la cuenca ocular.
    El siguiente paso va a ser el otro mercado, por la Bonorino, que tenía "un aire muerto, o en todo caso artificial. Podía deberse a la luz que ya he mencionado: una luz estancada, y que se veía demasiado blanca, demasiado transparente para envolver adecuadamente a los objetos. O bien podía ser efecto de la limpieza, que era inmaculada; me pareció una exageración; el piso brillaba, en las estanterías no había una mota de polovo, las latas de arvejas parecían haber sido frotadas una por una. O los dueños eran fanáticos de la higiene, o por ahí no había pasado nadie en siglos". Y es que: "¡El supermercado estaba sobre el vacío! Un enorme pozo se abría directamente sore el borde de esa ausente pared trasera.".... y es que el supermercado está construído sobre las mismas canteras de donde salen los globulitos de mármol... o premármol, que es el estado anterior al mármol y que puede encerrar los misterios del tiempo:

 "'pre-mármol'. Es decir, su estructura atómica era exactamente la del mármol, pero un instante antes de que esta se configurara en su forma definitiva. (...) su descubrimiento causó sensación en ciertos círculos científicos -círculos restringidos, es cierto, y no muy bien vistos por la comunidad científica en general, ya que confinaban con el fantaseo y la charlatanería.- Se creyó que su estudio podía dar la clave del tiempo, o al menos de la preexistencia del tiempo."

    Ahí, van a cambiar el sapo por el supermercado después de un papeleo que van a cerrar abrochándolo con la hebilla y después de que Jonathan completara los formularios son la ayuda de la clave, que estaba en las proteínas. El sapo no es cualquier pieza ornamental, sino que está hecha de postmármol (según las suposiciones del personaje), material que les va a servir a los seres, los viajeros intergalácticos, para volver a su galaxia. La lupa, la lupa lo que termina abriendo es una caja de Pandora, una suesión de imágenes que abren una especie de puerta dimensional, una grieta en el espacio tiempo que sólo puede ser sellada con el gel fotosensible de la camarita.

   Así, los extratrerrestres (a todo esto, son chinos porque para los occidentales, que no distinguen a uno del otro, pasarían desapercibidos), seres que quemaron, como Cortés las naves porque este mundo sería una reproducción exacta del otro, vuelven, finalmente, a su lugar de origen. El protagonista se queda con la fantasía del después que venía elucubrando, donde el chinito aría casi todo mientras el argentino "sería una figura más bien simbólica, aunque no desprovista de utilidad: la presencia de un señor madura, burgués respetable, daría el toque necesario de seriedad y confianza". 

 "Los problemas de comunicación que había entre nosotros se allanarían con el tiempo: yo aprendería a entender su dialecto mezclado, él lo purificaría gracias a su contacto cotidiano conmigo". 




   
 

Comentarios

  1. Me salté la spoileada, por las dudas. Muy interesante. Insta a leer. Cuando esté jubilado, pero a tiempo. En enero.

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  2. Aira es muy bueno. Avisá y te paso el archivo para kindle.

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