Chicos que vuelven, Mariana Enríquez

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Una nouvelle de Mariana Enríquez. Creo que es el segundo que reseño y es el segundo que leí (aunque no en el orden que está acá).
 
    La cuestión es que hay que escribir sobre este librito, corto pero contundente. Cortito y al pie. Contundente y siniestro. Simple pero que da una sensación de pesadilla tremenda. Gracias por eso.
    Mechi es una empleada estatal que trabaja abajo de la autopista con archivos de chicos desaparecidos que arranca pensando que "nunca iba a poder acostumbrarse al constante trepidar sobre (la) cabeza, un ruido sordo que combinaba el paso de los coches, la vibración de las junturas del asfalto, el esfuerzo de los pilares" que había en la oficina que compartía con María Laura y Graciela. Pedro, su mejor amigo, que es periodista, empieza a investigar redes de trata casi al mismo tiempo que a ella le asignan ese cargo. Y bueno, tu archivo es mi archivo.
    De alguna forma, cuando le llega el legajo de Vanadis, una chica de la calle de una belleza inusual, su trabajo minucioso y reconocido empieza a presentar tintes obsesivos. La única foto extrañamente presentable, linda, en medio de una multitud de imágenes de chicos con "gestos raros, bajo luces precarias". Señalado por Enríquez misma, "Vanadis es una variante de Freya", una diosa nórdica de la fertilidad y el amor, de la magia. La parte de Asgard donde reina tiene un palacio al que van a parar las almas de los guerreros caídos en combate y es capaz de revivir a los muertos.
    Vanadis, como la diosa pagana, no parecia tener tapujos sobre su libertad sexual y se prostituía en Constitución motu proprio y no parecía una víctima más. Una idea complicada si hablamos de humanos, pero no de dioses vikingos. Y la imagen y la historia de la chica a la que su familia rechaza luego de una primera desaparición, están deshumanizadas.
    EN medio de esa obsesión, Mechi y Pedro empiezan a encontrar rastros de lo que pasó con la chica, el video de su supuesto asesinato, y empiezan a transitar por todo un mundo marginal, de chicos sin familia, drogadictos, que se refugian en esa especie de fortaleza que constituyen las ruinas de la ex cárcel de Caseros.
    Vanadis primero, los chicos desaparecidos empiezan a aparecer.

"Ninguno decía mucho, ni parecía querer contar dónde había estado. Tampoco parecían reconocer a las familias anque se iban con los que los venían  a buscar con una mansedumbre que resultaba todavía más espeluznante".

    Claramente, la idea de una historia optimista, de un flautista que de golpe vino y devolvió a los pibes, se cae a los segundos como muy tarde. Los chicos tienen la misma edad que cuando desaparecieron. Aparecen incluso los chicos que ya habían aparecido. Muertos.
    La trama postula varias preguntas, como qué sucede si esos seres, aunque no sean esos hijos, hermanos, sobrinos, son seres de todas formas. Como qué postura debería tomar la sociedad. Qué debería exigir el estado de esos familiares que empiezan a echarlos de las casas para que se vuelvan a reorganizar, vuelvan a habitar un templo distinto al de la excárcel con Vanadis, la que parece ser ese lazo entre la vida y la muerte, a la cabeza.

"no podía soportar más, ni a los padres que rimero se alegraban y después se aterraban, ni las noticias sobre internaciones psiquiátricas ni las miradas de los chicos desde el Parque, sentados sobre el pasto, en las escaleras, en los juegos para los infantiles, jugando con los gatos y hasta tratando de meterse en la pileta."

    Llega un momento de la historia donde la situación es tan irreal que las actitudez que se contarían como "normales" en cualquier chico, forman parte del ambiente macabro de la ciudad. Basta saber con que las familias no los reconocen cuando vuelven, cuando conviven con ellos, para imaginarse lo peor. Lo más elocuente aparece en esos vacíos de la historia que Enríquez maneja tan bien. La balanza entre lo expreso y lo sugerido. Lo sugerido les deja lugar a los miedos de cada lector. Lo que se supone siempre va a tener más repercusión en la cabeza de cada persona que el horror expuesto.

    Se plantea el horror de las desapariciones de menores en Argentina. Se desliza la idea de la busqueda, la necesidad urgente de la aparición de unos seres que probablemente ya estén muertos. Se dibuja la hipótesis sinestra de que esas apariciones conllevarían agún tipo de rito funerario.
    Una persona se puede sentar frente a este cuento largo/ nouvelle de Enríquez y pensar qué macabro que es que esa multitud de muertos reviva. Más tenebroso es pensar en esa multitud toda junta de chicos desaparecidos, probablemente, muertos. Entra en juego un universo ficcional, pero queda clarísimo que con en la vida real ya hay horror de sobra.
    Y Mariana Enríquez que convierte la ciudad en un espacio mítico, lleno de rituales secretos y oscuros. El resultado de la marginalidad creciente. De todos esos cuerpos sin tumba.
  
 "¿Sabés a qué me hico acordar la procesión esta de los pibes? A cuando en Paris trasladaron los cementerios, a fines del siglo XVIII (...) Parece que los cementerios estaban a reventar y eran un foco infeccioso, una mugre total, entonces se decidió mandar todos los huesos bajo tierra y mover los cementerios a las afueras. Mudaron los cementerios durante años, de noche, en carros, con caballos con frazadas negras encima para que estuvieran a tono y monjes cantando, y claro las velas". 


 Perdón, M. E., me bajé tu libro para poder leerlo en el kindle y no va a volver a suceder. El primero que leí se lo había regalado a mi mamá en papel. Como no llegué a leerlo antes de dárselo, se lo pedí prestado. Hay otro que ya me había bajado (aún no lo arranqué) antes de empezar a comprarme los que me faltan. El primero que compré para mí fue el de las fanáticas de rock; el segundo, el de los cementerios. Gracias a la piratería, te ganaste una lectora. Cuatro en un mes terminé.
    De todos podría sacar muchos fragmentos hermosos y elocuentes así que acá me saco las ganas que me dejó el de Heinlein.
 



 


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