The Man Who Sold the Moon- Robert Heinlein

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The Man Who Sold the Moon reúne la nouvelle del título y cinco historias más que están dentro del mismo universo.
    Este es un libro que quise leer durante muchos años y no lo conseguía, por lo menos no en inglés, así que fue uno de los primeros que me bajé para leer en mi querido Kindle.Siempre tengo una pila de libros que quiero leer hace rato, así que recién lo encaré esta semana.
    Tenía las expectativas demasiado altas creo.
    Son historias que, desde lo social, no se salen de su época. Mientras ya había escritores que salían de los lugares "comunes" marcados por el racismo y el machismo, Heinlein pareciera gritarnos en la cara (a los lectores del siglo XXI, que también alardeamos de ser muy progresistas en muchos aspectos) todas sus opiniones al respecto. El único afroamericano que aparece en sus historias (en The Roads Must Roll) es un camarero que habla como Tarzán ("mistuh") y apuesta con los clientes con unos dados marcados. Las mujeres aparecen en el papel de esposas molestas, como la que se queja porque su marido la muda a una casa más chica para poder solventar el alunizaje (The Man Who Sold the Moon) o son prostitutas (The Roads...). La tercera mujer que aparece en las siete historias es una bióloga (Let There Be Light) muy muy sexy a la que el protagonista acosa hasta que se termina casando porque "you make such a good coffee".
    No es que sus contemporáneos hayan sido militantes feministas, pero se me vienen a la gente tipos como Asimov que, si bien tienen lo suyo, también presentaban personajes femeninos fuertes, consistentes, que reclamaban su lugar en la historia o que, aunque sea, no eran el objetivo de los comentarios humillantes de los demás.
    Otra cosa que tienen en común es la presentación de un "hombre" (no, el humano no, el hombre masculino y cien´tifio o técnico o empresario) que está en constante puja con el estado, con el ahogo de lo colectivo, que va a alcanzar sus objetivos gracias a la libertad individual y de mercado. No hay un cuestionamiento social profundo de la realidad política del autor.
   En cuanto a esa cosa profética de la ciencia ficción... hay muchas cuestiones que lo distancian de tipos como Asimov o Lem, que tenían los detalles técnicos de ciertas tecnologías mucho más claros  y logran resoluciones plausibles, aunque no sean exactamente las mismas que surgieron más adelante. El estilo de Heinlein también queda bastante atrás de esos otros escritores, al menos para mí, que sólo subrayé algunas cosas más por los datos y el recuento de la historia que porque sean frases memorables.
    De hecho, es la primera vez que no pongo citas de un libro.
   
Las historias 

    La que más me gustó de todas es Blowups Happen (1940), aunque la energía atómica no haya resultado ser una masa en combustión apenas contenida por una carcaza de plomo. Con una producción de enegía de una forma tan inestable y peligrosa, aunque necesaria para reemplazar los paneles solares (desarrollados Let There Be Light) obsoletos, los técnicos que trabajan en la planta nuclear empiezan a volverse locos. Es mucha más responsabilidad de la que pueden soportar. La solución inmediata es contratar a dos psicólogos por cada técnico para que observen a los trabajadores y prevean posibles crisis. Ese estar bajo la lupa constantemente empieza a acelerar los descensos hacia la locura, y después del último cambio de funciones, lo traen a Lentz, un físico que también es psiquiatra.
    Mientras este súperprofesional empieza a transitar por la planta y a observar el problema de los observadores, dos de los reubicados empiezan a hacer descubrimientos sobre la fisión nuclear desde su nuevo puesto en investigación y logran obtener un combustible fantástico que hasta podría falicitar la conquista del espacio. Hechos más, hechos menos, terminan por entender la verdadera magnitud de un posible desastre nuclear y la historia termina virando hacia el conflicto entre los intereses empresariales sobre esa forma de producción de energía nuclear y los intereses de la humanidad (ahora sí necesitamos al estado en la historia) que necesita que la energía nuclear se produzca en el espacio exterior (posible gracias al combustible nuclear) para minimizar los efectos de un desastre que parece inminente.
    En conclusión, los "blowups" de los ténicos estaban más que justificados. Y la humanidad siempre gana en las historias de este librito.
    The Man Who Sold the Moon (1950) es más que nada una nouvelle sobre economía, el libre mercado y los beneficios de permitir un capitalismo monopólico. Más o menos eso. En un futuro (pos1950) en el que  el estado no puede ni le intereas solventar los viajes a la luna, Delos Harriman (mezcla de la Grecia cuna de la humanidad con EEUU) es un empresario experto en inversiones, un visionario, y el que empieza a hacer toda una serie de vericuetos y chantadas, como meter gente en los gobiernos de las "banana republics" (denominadas así en la novela), no sólo para que la humanidad llegue a la luna y funde Lunar City, sino para tener la aprobación de la UN para vender "tierras" (qué transplanetación) y espacios publicitarios en dicho satélite. 
    Lo que arranca como un ir y venir de inversores, títulos de propiedad del espacio aéreo de la línea del Ecuador (por donde pasa al luna), venta de acciones... termina siendo parte de los esfuerzos de un hombre que, al final, no es más que un amante de la luna. Un tipo que por defecto termina llevando a cabo uno de los actos fundacionales de la nueva humanidad: la expansión hacia el espacio. El fin del cielo como límite gracias a los sueños de un individuo que, por más que es el que facilita toda la expedición, queda afuera de todos los viajes espaciales. Eso sí, nunca llega a la cuestión del desarrollo tecnológico. Sólo se habla de las condiciones de contratación de los expertos y de cómo consiguen el combustible ya que estalló el satélite que producía energía atómica en el espacio (el de Blowups...)
    Por si no había quedado claro con esta novelita corta, en la historia siguiente, Requiem (1940), Delos, ya anciano y débil, usa la plata que le queda para poder llegar a la luna en un acto final y heroico. Para eso, rompe todas las reglas: viaja sin estar en condiciones de hacerlo (cosa que el "paternalist state" le prohíbe)  en un cohete que no tiene autorización y con dos pilotos que, probablemente, no vuelvan a hacer un vuelo en sus vidas por todas ls infracciones que cometen. Está bien que se sobreentiende que cobran bastante para ayudaro.
    Esta historia, al menos para mí, tiene cierta poética que la anterior no tiene. Harriman y su llegada a la Luna, después de lo cual muere, juega con el "un hombre todos los hombres" (y sí, en el universo Heinlein, literalmente, son todos hombres) y ahí ya es imposible no empatizar con el deseo cumplido. Con el haberle dado a la Tierra la posibilidad de visitar otros mundos. Aunque estén deshabitados. 
    Let There Be Light (1940) y The Roads Must Roll se pueden leer en tándem y cada una aplaca un poco el exceso ideológico de la otra. La primera es la más crítica del mundo del escritor: una bióloga le propone a un físico encontrar una forma de producir luz de forma alternativa y terminan desarrollando la energía solar. Más allá de lo que ya se comentó sobre los "no te pongas en esa pose vestida así que me calentás" que le tira él a ella (que, en la historia, tiene el papel de musa) mientras investigan, del crédito que se lleva todo el tiempo el varón (incluso en palabras de ella), todo gira en torno al tema de la electricidad, de la producción de energía y el problema de las empresas monopólicas (ah, ahora el monopolio es malo) que al principio les aumentan los impuestos a algunos productores (peligra la fábrica del padre del protagonista)y más tarde empiezan a boicotear los paneles solares. La solución de los personajes a los atentados constantes del "Edenor" estadounidense del universo de H termina siendo hacer público el descubrimiento. Tranquilos desde el punto de vista monetario porque ya obtuvieron ganancias con los paneles, terminan explicándole al público de los noticieros los detalles para su construcción.
    Pero... inmediatamente necesitamos algo que diluya un poco tanta subversión y vienen los trabajadores que toman de rehenes a los que iajan en el transporte público. Con unas ideas súper fascistas que provienen del "funcionalismo", una ideología ficcional que propone que el poder tiene que (y puede) estar en las manos de los trabajadores que se dediquen a aquella rama que sostenga a todas las demás (una especie de "supremacía ténica"), los "técnicos" de los "caminos" hacen una huelga. Ahora, como en el pasado de ese futuro, ya no es por buenos salarios ni nada, no, no, son malos en serio. Los "roads" son una especie de cinta transportadora que une ciudades y que ellos mantienen en movimiento. Son los que sostienen el transporte y, por lo tanto, la producción. Son los que permiten que toda la gente de todas las ciudades (armadas a lo largo de los caminos) se mueva de lugar en lugar. Y cuando los frenan mueresn varias personas. Cuando se resisten provocan más muertes (las propias) por parte de unas fuerzas represivas que no quieren reprimir (pero que los acribillan al primer tiro).
    Por suerte, Heinlein no le pegó a la idea de un futuro con cintas transportadoras. Me parece una idea bastante falible, llena de problemas. Horrible. Se me ocurren mil problemas técnicos que hacen que, en vez de pensar en la historia, me pregunte cómo harían esas personas para subir y bajar de unas cosas que van a muchos km por hora. ¿Cómo doblan esas cintas que tienen restaurantes montados encima? O capaz no doblan, terminan en tal punto... pero, ¿qué pasa con esas mesas? No sé.
    Life-Line está bien. Es cortita, es más metafísica que otra cosa (aunque tiene ese lenguaje científico tan gracioso de este tipo de historias, como el "ectoplasma" de los cazafantasmas). El protagonista es un científico excluído de los espacios academicistas que dice que descubrió la forma de predecir con exactitud la muerte de las personas gracias a una máquina que tira algo como unos rayos equis. Lo ingenioso, lo que me gustó, es que sus rivales terminan siendo las aseguradoras, que hacen dinero con las estadísticas de mortalidad de la población y la incertidumbre que se siente ante la muerte. Como él digamos.
    Como me suena que leí en alguna historia tradicional, al final resulta mucho menos complicado abrazar esa incertidumbre que enfrentarse a lo inevitable de la muerte anunciada.
   

   







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